lunes, 16 de marzo de 2009

Guillermo Thorndike, colaboró con la LEPRA POLÍTICA.



No puedo evitar contener mi rabia ante noticias como esta, que derrepente no debería ser así, porque las cosas siempre suceden por alguna razón, pero igual, yo aún no me acabo de sorprender de las tantas cochinadas que nuestros gobiernos guardan, ¿hasta cuándo me pregunto yo?, ojalá sea, hasta dentro de muy poco.

Me tomaré la libertad de citar el texto completo, de lo que un señor periodista, de toda mi confiabilidad, publicó ayer en el diario La Primera:


El útero de Marita
Por César Hildebrandt

A raíz de una columna en la que recordé el paso del difunto Guillermo Thorndike por el diario “Página libre”, una fuente del todo creíble, que fue testigo ocular de todo ese episodio del más puro alanismo gansteril, me corrige y me añade un anecdotario de lo más decidor.

En primer lugar, me equivoqué al decir que la suite que Alan García le alquiló a Thorndike en el hotel Crillón estuvo destinada a domiciliar allí la dirección de “Página libre”.

Mi fuente me aclara que ese alquiler, prodigado en efecto por García desde la presidencia de la República y con la plata negra que siempre lo ha asistido, tuvo como objetivo el que Thorndike sintiera la comodidad necesaria -y los consumos adecuados- para perpetrar el libro “La revolución imposible”, un encargo palaciego que el periodista cumplió con el tesón que le ponía también a sus creaciones pre-pagadas.

“La revolución imposible” describía un falso intento de golpe de Estado que la Fuerza Aérea habría urdido en contra de García. La anécdota que permitía la elefantiásica especulación de Thorndike consistió en que un día varios aviones de guerra sobrevolaron a baja altura parte de Lima, incluyendo en su itinerario las proximidades de la casa de gobierno.

Aterrorizado, García llamó a Mantilla, quien llamó al Ejército. Se pusieron baterías antiaéreas en las azoteas de Palacio y García se paseaba con un chaleco blindado dando órdenes extrañas mientras Mantilla, embutido en otro chaleco, experimentaba ser, por un momento, el asistente de un Allende imaginario.

A partir de esas vanas alharacas, Thorndike inventó una conspiración castrense destinada a “matar a un líder del Tercer Mundo” y retrató a García con los mejores colores que de su pluma podían salir. Y la verdad es que su talento podía hacer que la noche pareciera día, el rojo un azulino de mar y García todo un valiente.

Mi fuente me aclara que en las elecciones de 1990 la primera apuesta de García y de su prontuariado entorno fue Alfonso Barrantes. “Página libre” se inventó en la sede de la presidencia de la República para apoyar originalmente al líder de Izquierda Unida. Eso explica por qué el periódico pudo convocar, en su primera fase, a gente como Víctor Hurtado, Eloy Jáuregui, Mirko Lauer y hasta Edmundo Beteta -el actual candidato a contralor-, subjefe de la sección de Economía.

Era un diario a todo meter que se hacía con los dineros turbios que años más tarde explicarían parte de la fortuna de García, las cuentas de Mantilla y los privilegios descarados del dólar MUC (Mercado Único de Cambios).

Para García el pánico mayor, en ese entonces, era imaginar que Vargas Llosa cumpliera su promesa de investigar a “los ladrones y bribones” que habían poblado su gobierno y saqueado la hacienda pública. No era que Barrantes lo sedujera políticamente. Era que la amistad con Barrantes le permitía pensar que un gobierno de “Frejolito” no destaparía las alcantarillas.

Cuando la candidatura de Barrantes dio muestras de enfermedad terminal, García pensó en aquel “japonesito” que, gracias a la prédica casa por casa de los evangelistas y a su discurso populista “antishock”, empezaba a despuntar en algunas encuestas.

El testigo ocular que me narra estos sucesos añade que la decisión de la famosa portada dominical “¡Fujimori 10%!” la tomó García, el verdadero amo de “Página libre”, y la ejecutó Thorndike con la sangre fría de toda la vida. Lo cierto es que, en ese momento, Fujimori no llegaba ni al 5% de intención de votos y Thorndike lo sabía porque se lo habían dicho los jefes y editores presentes aquel sábado por la noche.

La fuente que nutre esta columna me añade este párrafo delicioso que no puedo dejar de reproducir:

“Nos dimos cuenta de quién era el verdadero dueño del diario cuando, ante una eventual falta de pago y la protesta respectiva, los trabajadores decidieron enviar una delegación para que hablara con “la patronal”. Nos recogieron unos carros sin placa y con lunas polarizadas. Terminamos en el Ministerio del Interior, con Agustín Mantilla y algunos de sus asesores. Nos prometieron regularizar los pagos y nos dijeron que harían una cafetería en la azotea de la casa donde se hacía el diario, que era la casa de Pipo Thorndike, primo de Guillermo”.

Nunca se supo si Iván García, el subdirector de “Página libre”, coordinaba directamente con Hugo Otero, el asesor de prensa de García, o con el mismo presidente de la República. La que sí era segura era la consulta diaria que Thorndike hacía con García antes de aprobar la portada que se publicaría al día siguiente.

A las 6 y 30 de la tarde del 8 de abril de 1990, el día en que Vargas Llosa venció apenas a Fujimori y se vio claro que en la segunda vuelta el novelista sería arrollado, el doctor Alan García, desaforadamente feliz, se acercó al local del periódico, trepó al descanso de unas escaleras y dio un breve discurso de agradecimiento a la plantilla reunida.

Al bajar, mientras estrechaba manos y se abrazaba con quien encontrara, decía a gritos: “¡Lo cagamos, lo cagamos... Muy buen trabajo, muchachos...!”

Entre esos muchachos no sólo estaban Iván García y sus flamantes ninjas. Saludaban también eufóricos a Su Excelencia los ex presidiarios que Thorndike había llevado a “Página libre” como “fuerza de choque y seguridad”. El más contento de ellos parecía ser “Gavilán”, el delincuente que, años atrás, había matado a “Tatán”, el más célebre ladrón de nuestra historia policial, de una pundonorosa puñalada.

Más tarde, García dejó de subsidiar el diario que ya no necesitaba. A solas con el tiraje y con los compromisos financieros, Thorndike quisó prolongar la vida del periódico haciendo lo que mejor hacía: periodismo policial sin concesiones.

Su gran historia fue la de Marita Alpaca Raa, la señorita que un banquero intoxicado, funcionario del Banco de Comercio, arrojó una noche de juerga desde un piso alto del Sheraton. “Página libre” ayudaría a descubrir la desaparición del útero de Marita, birlado en las instalaciones de la Morgue Central de Lima. Ahora ya saben de dónde viene el nombre del famoso blog.

Pero ni el útero de Marita salvó a “Página libre” de su extinción. Un día dejó de salir y pocos fueron los que lo lamentaron. Había contribuido a la entronización del más podrido de los regímenes de todo el siglo XX. Había cumplido largamente su papel. Era un diario histórico.

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