jueves, 23 de julio de 2009

JHON WINSTON LENON. Ser Pacifista NO es Ser Terrorista.

Para los poderosos, mantener el statu quo es indispensable, VITAL diría yo; para otros ello parece inconcebible, Lenon perteneció a ese equipo, digo equipo porque lo grandioso de sus conciertos quedan como prueba de cuánto podía contagiar aquella ideología que pregonaba, aquella valentía transformada en canciones.

Aquel chico inglés aturdido por la fama de los Beatles había llegado al punto de ebullición ideológica, no daba para más, decidió reafirmarse en su pensamiento revolucionario y pacifista y dejar de lado toda esa "porquería" que le había dado ser parte del sistema "idiotizante" o "sedante" como él lo llamaba.

Había decidido dar PODER AL PUEBLO mediante su música, despertar a la juventud adormilada, destapó tabúes, se enfrentó a la religión y al Sistema Político Norteamericano -que es más sagrado que esta última- llevándolo a un resultado catastrófico y que poco tenía que ver con su nivel de pensamiento.

Como era de esperarse el Gobierno Norteamericano estaba detrás de todo ello, nada que esté fuera del "sistema" debía tolerarse, la opresión hacia el pueblo que empezaba a despertar, la indiferencia hacia los sentimientos nacionales y la toma de conciencia frente a la terrible INVASIÓN A VIETNAM -según su gobierno "guerra"- son algunas de las características fuertemente visibles aquí.

Lenon fue un hombre sinigual, se bajó del estrellato superfluo para emerger con una fuerza estrepitosa en el corazón de millares de personas, su poder fue tal que representó una amenaza inminente al país más "democrático" de América.

Aquí un estracto documental que habla sobre la vida de Lenon y su paso hacia la inmortalidad.






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miércoles, 1 de julio de 2009

EL ARTE DE SER ÉTICOS...un mensaje para la juventud.

Nuestro querido César Hildebrandt estuvo aquí, Chiclayo tuvo la emocionante vivencia de tenerlo una vez más, nombrado como Doctor Honoris Causa de la Universidad de Chiclayo, padrino del Canal de Televisión 55 de dicha Casa Superior de Estudios, tuvo a bien pronunciar un enérgico discurso que dejó boquiabierto a más de un joven y obviamente "tocó carnecita" a más de un directivo institucional universitario.

Eran casi las 7:00 de a noche y parecía imposible verlo, la entrada era con invitación, por buena suerte, uno de nuestros mejores catedráticos de la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo nos acompañaba a una delegación de cinco estudiantes que llegábamos a ver al GRAN MAESTRO DEL PERIODISMO PERUANO, nuestro buen docente nos permitió ingresar sin mayor esfuerzo y fue entonces cuando pude escuchar y ver aquel hombre singular, increíblemente bajito pero con una inteligencia y acusiosidad inmensamente envidiables, para ustedes, los que no estuvieron allí, este fue su discurso (publicado en el Diario La Primera):

La prensa y los valores*

¿Es el periodismo una ciencia? ¿Existen las ciencias de la comunicación?

Creo firmemente que no.

Entonces, ¿es que el periodismo es un arte de bohemios trashumantes, un oficio que linda con el repentismo, la inspiración y muchas veces el alcohol?

Creo enérgicamente que tampoco.

Ni ciencia exacta ni oficio de cachueleros, el periodismo es un arte y una ética. Es el arte de ser éticos. Es también un modo de vivir y una manera de entender la relación que hay entre belleza y verdad. Y es una manera de percibir que la mayor obra del arte humano es la justicia.

Sí. Porque la justicia es bella y la injusticia contrahecha. Y la verdad es lozana y la mentira supura, de igual modo que la cultura acoge lo mejor de nosotros y la barbarie demanda nuestros más primitivos apetitos.

¿Por qué vengo a esta sala a hablarles de estos asuntos, al parecer tan lejanos del menester periodístico?

Porque siempre he creído que la prensa que no piensa en sus raíces ni en el linaje de sus valores está destinada a ser no sólo efímera sino intrascendente.

¿Valores? ¿Tiene algún sentido hablar de valores en un mundo que casi se jacta de no tenerlos?

Pues tiene más sentido que nunca.

Porque si la prensa se suma a ese pragmatismo sin escrúpulos que a nadie rinde cuenta, perderá toda importancia y será al final lo que muchos quieren que sea: el espectáculo del entretenimiento y el entretenimiento del espectáculo.

La crisis mundial que atravesamos ha estallado precisamente por la derrota de los valores y el éxito, socialmente estimulado, de la codicia y el cinismo.

Lo que muchos no quieren admitir es que Wall Street cayó después de la caída de aquellos valores que hicieron posibles las revoluciones industrial, tecnológica e informática.

Antes que Citigroup se desplomara, la codicia le había ganado el pulso a la mesura. Antes que la General Motors mendigara cientos de miles de millones de dólares, la usura se había declarado mandataria global. Y mucho antes de que Bernard Maddoff estafara por miles de millones, la especulación se había impuesto a la creación de riqueza y el frenesí del dinero fácil había derrotado a la ética del bien común.

De modo que la crisis que hoy empobrece a todos es, primero y fundamentalmente, una crisis de la ética, una colosal derrota de aquellos valores que la mayoría ni nombra ni aprecia y que son, sin embargo, aquellos que permitieron buena parte de la civilización a la que pertenecemos.

Esos valores se pueden abreviar en uno solo. Y ese valor es el de la empatía, piedra de toque de la vida en común, esencia de la tolerancia. La empatía es, como todos ustedes saben, la capacidad de pensar en el otro, la generosidad de imaginar sus afectos, sus intereses y sus necesidades.

Dejamos de ser simios el día en que la empatía se instaló entre nosotros. Abandonamos el canibalismo, la horda sanguinaria, la tribu endogámica cuando adquirimos el valor de la empatía.

Pues bien, vivimos actualmente en un mundo en el que el sistema de las corporaciones y la lógica de la ganancia a cualquier costo han hecho todo lo posible por desterrar la empatía y por devolvernos a la atmósfera primitiva del egoísmo entendido como religión y emparentado, si fuera necesario, con el crimen.

Estos ladrones que fungían de banqueros, estos financistas que en realidad eran asaltantes, estos ejecutivos que escondían su identidad parásita, estos petroleros que quieren comprar selvas para anegarlas de tóxicos, estos mineros que apetecen tanto los bosques peruanos como las tundras de Alaska, todo este ejército de depredadores, ¿qué tienen en común?

Tienen en común haber borrado la palabra empatía de su vocabulario. Y tienen en común haber lanzado por la borda, como si fuera lastre, la delicadeza de sentirse parte de la humanidad e inquilino fugaz de este raro planeta.

El actual es un sistema internacional que necesita la abolición de los más elementales valores comunitarios. Mientras más aislados nos sintamos, mejor para el sistema. Mientras menos prójimos nos sintamos, más regocijo para quienes gobiernan el mundo. Mientras más anacrónica nos parezca la palabra ética, mejor para ellos. Mientras más ridículos nos sintamos si hablamos de valores, el triunfo es sólo de ellos.

De modo que no nos dejemos engañar. Esta crisis no es de hipotecas basura ni de Estados laxos que no regularon y ni siquiera de un exceso en las expectativas del crecimiento. Esta crisis es ética y fue labrada por el cinismo triunfante. Es el fin de la historia no en la versión de Francis Fukuyama sino en la de Eliot Ness en el Chicago de los 30.

Ahora bien, si esta crisis global, que duplicará el número de pobres, viene del descrédito de la virtud y de la buena reputación del egoísmo, ¿qué papel ha jugado la prensa en todo este fenómeno?

Es triste decirlo, pero la prensa, en general, ha sido el furgón de cola de este tren que terminó en el abismo.

¿Cuántos grandes periódicos del mundo censuraron la reinstauración del capitalismo salvaje impuesto por la señora Thatcher y el señor Reagan, dos viejos sirvientes del conservadurismo armado y homicida?

¿Cuántos periodistas de fama internacional le dijeron al público que ese capitalismo salvaje lo que quería era, precisamente, abolir toda ética social y entronizar los antivalores que ayudaran a acabar con los sindicatos y la resistencia?

Y cuando el cinismo dejó de ser sólo un proyecto exitoso que destruyó el Estado del bienestar y se convirtió en la guerra farsante que asoló Irak y hoy demuele Afganistán, ¿cuántos periodistas de renombre mundial nos dijeron que en Irak no había armas de destrucción masiva o que en Afganistán el cultivo de amapolas creció desde su ocupación por tropas extranjeras?

¿Y cuántos diarios o televisiones del Perú nos dijeron que el fraude delictivo de la empresa estadounidense Enron se debió a que sus auditores –los señores de Arthur Andersen- encubrían las fechorías contables que debían denunciar?

¿Qué periódico nacional nos advirtió que la crisis que padecemos iba a ser la más importante después de la de 1929? Para ser menos exigente: ¿qué periódico nos dijo que venía una crisis?

¿Lo sabían y se callaron para no “desestabilizar el sistema”? ¿O no lo sabían y entonces renunciaron al deber periodístico de obtener información privilegiada y anticipar eventos en nombre del interés público?

¿Cuántos periodistas protestaron cuando el Estado, que no tiene para pagarle sueldos decorosos a los maestros, corrió a salvar a los bancos Latino o Wiese? Sólo en el salvataje del banco Latino se invirtió la suma de 300 millones de dólares.

¿Quiénes levantaron la voz cuando el Estado peruano, representado por el ciudadano estadounidense Pedro Kuczynski, auxilió al quebrado banco Wiese con un aval de 180 millones de dólares?

Hago estas preguntas para intentar explicarles cuán urgente es, desde mi modesto punto de vista, hablar de valores. Y cuán urgente es que los periodistas jóvenes entiendan que hablar de valores no sólo no es anticuado: es futurista.

Porque el mundo de mañana tendrá que ser distinto, profundamente distinto. Y lo será también en la medida en que los periodistas jóvenes asuman su tarea pensando en el bien común, en la amplitud de los afectos, en la gracia de la empatía, en el retorno a esos valores del humanismo que nos dirigen a la cultura y a la paz.

No teman hablar de valores. No se dejen arrinconar por aquellos que les ofrecen la obediencia del pragmatismo. La objetividad –créanme- es un invento de la banca suiza. No podemos ser neutrales ante la destrucción del planeta y el asesinato espiritual de sus habitantes. Un periodismo que prescinda de la ética funcionará como mayordomía de los grandes poderes del dinero. Y un periodista que no sienta, aunque suene presuntuoso, que puede contribuir con algo a mejorar al mundo ya no será periodista sino notario –con el respeto que los notarios se merecen-.

El dilema está planteado: o socios de la humanidad y del planeta para cambiar las cosas o militantes de la resignación. Creo estar seguro de cuál va a ser vuestra elección y eso me reconforta. Buenas noches y muchas gracias.

(*) Palabras pronunciadas ayer durante la desmedida entrega de un doctorado honoris causa por la Universidad de Chiclayo.

Espacio en la red donde plasmo convicciones, sueños y pensamientos, analícenlos, no espero coincidir con ustedes, sólo pronunciarme.